11 de abril de 1993
No es difícil para mi, recordar
donde estaba el 11 de abril de 1993. Desde hacía algunos años, las vacaciones
de Semana Santa, se habían convertido en la escusa de miles de jóvenes
adolescentes para salir unos días de vacaciones, mochila a cuestas y tienda de
campaña. Todavía no existían el FIB ni historias similares y las limitaciones a
la libre acampada brillaban por su ausencia. En esas condiciones y con muy poco
dinero en el bolsillo, las comarcas del interior del País Valenciano se
llenaban de estos jóvenes urbanitas, acaparando pantanos, fuentes y merenderos,
con cientos sino miles de toldos que tejían un paisaje multicolor. Durante
1993, estuve intermitentemente trabajando en el pueblo, en Jérica, en el Bar
Cochera, “Pepín” para los amigos. Un trabajo que me permitía sufragar el coste
de mis estudios universitarios. Esa noche, desde la puerta del bar, vimos subir
por la abarrotada Avenida a un coche de la Guardia Civil a toda velocidad, ya
entonces, el único cuartel abierto era el de Viver. La noticia no se hizo
esperar, una noticia impactante. No era raro que se produjeran peleas en unos
días en los que la adrenalina propia de la edad se mezclaba con el alcohol y un
sentido de la desinhibición al que no se solía estar acostumbrado el resto del
año. En ese contexto, pocos dudamos que no se tratara de una algarada, una
refriega que fatalmente hubiera tenido un trágico desenlace pero,
desgraciadamente, fue algo más.
El 11 de abril de 1993 Montanejos
era un hervidero. A la tradicional colonia veraneante usuaria de los afamados
baños, se unían en esos días la presencia de chicos y chicas provenientes de
las zonas metropolitanas de Valencia y Castelló. Montanejos no es un gran
pueblo, en sentido tradicional. Su casco urbano denota su origen morisco y su pequeño
tamaño deja en evidencia su pasado como pedanía de Montán. Sin embargo, la
presencia de sus conocidas aguas termales habían servido de importante
atractivo turístico a lo largo del siglo XX, sobre todo a partir de la
construcción de la carretera hasta Jérica en los años 30.
La plaza del Ayuntamiento de
Montanejos es un espacio más bien pequeño, con una fuente de piedra en el
centro. Por uno de los lados tenemos la esquina trasera de la Iglesia, y por
otro el Ayuntamiento, edificio más bien modesto. Oficialmente es el espacio
urbano destinado a colocar propaganda electoral, pero el consistorio no se
molesta en poner tableros para tal fin, obligando a colocaciones en
contenedores o marquesinas.
Son varios las localidades que
todavía conservan inscripciones del nacional catolicismo de postguerra, nombres
de los protagonistas del golpe de estado del 18 de Julio orlan algunos pueblos
como Montán, pero lo peor no es eso, sino la sensación de que aquella máxima de
Lampedussa, “es necesario que todo cambie para que todo siga igual”, tiene en
estas tierras una dimensión real y tangible.
Guillem Agulló no murió
asesinado, murió ejecutado. En el corazón de Montanejos, rodeado de un piquete
de ejecución compuesto por un grupo de nazis a los que ya entonces algunos
bautizaron desdeñosamente como jóvenes violentos. Jóvenes crecidos y
alimentados ideológicamente por una trama ya entonces perfectamente organizada
y estructurada a cuyos cachorros envió calculadamente a Montanejos. Ver a uno
de los asesinos, sistemáticamente visitar los juzgados y las cárceles desde
hace más de 20 años demuestra que aquello no fue una casualidad.
Ayer comenzó el juicio al grupo
neonazi desarticulado con motivo de la operación Panzer. Vuelven a verse las
mismas caras, los mismos rostros, no es necesario que se tapen porque son bien
conocidos desde hace años. Allí está Pedro Cuevas, Alejandro Serrador, y
compañía. Alguien puede pensar en la inconsciencia de esta gente para con una
ideología que predica la supremacía de la raza, un test físico-técnico los
dejaría excluidos de cualquier élite racial pero, acaso no era también Goebbels
cojo o Ernst Römh homosexual?. Lo que caracteriza a esta gente no es su
pertenencia a una raza superior, sino su culto a la violencia como forma de
reafirmación personal y su exacerbado sentido de la exclusión, de la
eliminación diría, su total intolerancia hacia el diferente sea cual sea el
motivo que le puede hacer parecer como tal: orientación sexual, idioma,
ideología etc..
El riesgo de esta gente, amén de
su violencia de proximidad, está en su manipulación calculada por los
instrumentos del estado, por las oligarquías o por determinados grupos de
poder, tal y como pasó en su día en Alemania o está pasando en Grecia. Se sigue
siendo demasiado condescendiente con un entramado de partidos y organizaciones
que siguen buscando, en una época de crisis como la actual, poder dar con el
mecanismo, con la tecla, que les permita el acceso institucional y, desde ahí
cimentar una presencia social y mediática más sólida y amplia.
Este jueves, visitaré nuevamente
la plaza del Ayuntamiento de Montanejos. Pisaré el suelo que mojó con su sangre
Guillém, levantaré la vista buscando estérilmente un recuerdo de ese día en una
esquina, en una puerta, en una pared. Un recuerdo imprescindible y necesario para
transmitir a las actuales generaciones unos hechos, unos nombres y unos
ideales, que no convienen ser vistos frívolamente, al nazismo se le combate día
a día, desde cualquier rincón y en cualquier momento.
Jesús Monleón Peiró
Julio 2014