martes, 15 de julio de 2014

11 de abril de 1993

No es difícil para mi, recordar donde estaba el 11 de abril de 1993. Desde hacía algunos años, las vacaciones de Semana Santa, se habían convertido en la escusa de miles de jóvenes adolescentes para salir unos días de vacaciones, mochila a cuestas y tienda de campaña. Todavía no existían el FIB ni historias similares y las limitaciones a la libre acampada brillaban por su ausencia. En esas condiciones y con muy poco dinero en el bolsillo, las comarcas del interior del País Valenciano se llenaban de estos jóvenes urbanitas, acaparando pantanos, fuentes y merenderos, con cientos sino miles de toldos que tejían un paisaje multicolor. Durante 1993, estuve intermitentemente trabajando en el pueblo, en Jérica, en el Bar Cochera, “Pepín” para los amigos. Un trabajo que me permitía sufragar el coste de mis estudios universitarios. Esa noche, desde la puerta del bar, vimos subir por la abarrotada Avenida a un coche de la Guardia Civil a toda velocidad, ya entonces, el único cuartel abierto era el de Viver. La noticia no se hizo esperar, una noticia impactante. No era raro que se produjeran peleas en unos días en los que la adrenalina propia de la edad se mezclaba con el alcohol y un sentido de la desinhibición al que no se solía estar acostumbrado el resto del año. En ese contexto, pocos dudamos que no se tratara de una algarada, una refriega que fatalmente hubiera tenido un trágico desenlace pero, desgraciadamente, fue algo más.





El 11 de abril de 1993 Montanejos era un hervidero. A la tradicional colonia veraneante usuaria de los afamados baños, se unían en esos días la presencia de chicos y chicas provenientes de las zonas metropolitanas de Valencia y Castelló. Montanejos no es un gran pueblo, en sentido tradicional. Su casco urbano denota su origen morisco y su pequeño tamaño deja en evidencia su pasado como pedanía de Montán. Sin embargo, la presencia de sus conocidas aguas termales habían servido de importante atractivo turístico a lo largo del siglo XX, sobre todo a partir de la construcción de la carretera hasta Jérica en los años 30.
La plaza del Ayuntamiento de Montanejos es un espacio más bien pequeño, con una fuente de piedra en el centro. Por uno de los lados tenemos la esquina trasera de la Iglesia, y por otro el Ayuntamiento, edificio más bien modesto. Oficialmente es el espacio urbano destinado a colocar propaganda electoral, pero el consistorio no se molesta en poner tableros para tal fin, obligando a colocaciones en contenedores o marquesinas.

Y es que el Alto Mijares es así. Controlado desde hace 20 años por el Partido Popular, una cohorte de alcaldes domina el valle sin interrupción, haciendo de su capa un sayo y ejerciendo un control total y absoluto sobre 21 de los 23 municipios.
Son varios las localidades que todavía conservan inscripciones del nacional catolicismo de postguerra, nombres de los protagonistas del golpe de estado del 18 de Julio orlan algunos pueblos como Montán, pero lo peor no es eso, sino la sensación de que aquella máxima de Lampedussa, “es necesario que todo cambie para que todo siga igual”, tiene en estas tierras una dimensión real y tangible.
Guillem Agulló no murió asesinado, murió ejecutado. En el corazón de Montanejos, rodeado de un piquete de ejecución compuesto por un grupo de nazis a los que ya entonces algunos bautizaron desdeñosamente como jóvenes violentos. Jóvenes crecidos y alimentados ideológicamente por una trama ya entonces perfectamente organizada y estructurada a cuyos cachorros envió calculadamente a Montanejos. Ver a uno de los asesinos, sistemáticamente visitar los juzgados y las cárceles desde hace más de 20 años demuestra que aquello no fue una casualidad.
Ayer comenzó el juicio al grupo neonazi desarticulado con motivo de la operación Panzer. Vuelven a verse las mismas caras, los mismos rostros, no es necesario que se tapen porque son bien conocidos desde hace años. Allí está Pedro Cuevas, Alejandro Serrador, y compañía. Alguien puede pensar en la inconsciencia de esta gente para con una ideología que predica la supremacía de la raza, un test físico-técnico los dejaría excluidos de cualquier élite racial pero, acaso no era también Goebbels cojo o Ernst Römh homosexual?. Lo que caracteriza a esta gente no es su pertenencia a una raza superior, sino su culto a la violencia como forma de reafirmación personal y su exacerbado sentido de la exclusión, de la eliminación diría, su total intolerancia hacia el diferente sea cual sea el motivo que le puede hacer parecer como tal: orientación sexual, idioma, ideología etc..
El riesgo de esta gente, amén de su violencia de proximidad, está en su manipulación calculada por los instrumentos del estado, por las oligarquías o por determinados grupos de poder, tal y como pasó en su día en Alemania o está pasando en Grecia. Se sigue siendo demasiado condescendiente con un entramado de partidos y organizaciones que siguen buscando, en una época de crisis como la actual, poder dar con el mecanismo, con la tecla, que les permita el acceso institucional y, desde ahí cimentar una presencia social y mediática más sólida y amplia.

Este jueves, visitaré nuevamente la plaza del Ayuntamiento de Montanejos. Pisaré el suelo que mojó con su sangre Guillém, levantaré la vista buscando estérilmente un recuerdo de ese día en una esquina, en una puerta, en una pared. Un recuerdo imprescindible y necesario para transmitir a las actuales generaciones unos hechos, unos nombres y unos ideales, que no convienen ser vistos frívolamente, al nazismo se le combate día a día, desde cualquier rincón y en cualquier momento.






Jesús Monleón Peiró
Julio 2014